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11/6/08

MUJERES E IGLESIA


Me escribe mi amigo Ángel Luis Cancela para —medio en broma medio en serio—, decir que si nos juntamos unos cuantos y ponemos una denuncia a la Iglesia (supongo Conferencia Episcopal Española que es su estamento de gobierno en España) por anticonstitucional en el trato a las mujeres.
No denunciaré en juzgados (¡que actúen de oficio¡ ¡leche!) pero sí dejaré aquí constancia de mi opinión en asunto que no me concierne como católico —sólo lo soy porque aún no he apostatado—, sino como ser humano.

¿Que de vez en cuando me meto con la Iglesia?

Pues claro, con el poder eclesial, no con los creyentes, y que ¿por qué lo hago? porque tengo el mismo derecho que ellos esgrimen continuamente para meterse en las cosas de todos ¡y con nuestro dinero! porque, aunque no pongas la X en su casilla de la declaración de Hacienda, siempre habrá parte de tus impuestos que se irá para financiarla... Y no, no estoy de acuerdo. Que me pidan dinero para sus obras sociales y lo daré con gusto, pero no para financiar adoctrinamiento o boatos de obispos, cardenales, Papa y otras historias. ¡Es como si me pidiera aportaciones la empresa Windows!

¿A qué viene todo esto?

A cuento de cierto decreto reciente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (restos de lo que fue la Inquisición) que ha determinado lo siguiente:
Quien haya atentado conferir el orden sacro a una mujer, o la mujer que haya intentado recibir el sacro orden, incurre en la excomunión latae sententiae”.(Excomunión automática)
Y se me ocurre esto:

Mujeres sacerdotisas

La cúpula del poder eclesial católico está perdiendo el rumbo.
Lo pierde porque su rumbo no es el evangélico sino el impuesto poco a poco por los primeros seguidores de la secta cristiana (así era considerada por el poder oficial romano, hasta que ambos se aliaron y pasaron a llamar sectas a otros) Porque sigue esgrimiendo criterios que hace muchos siglos declaró dogma, según necesidades, costumbres o prejuicios de aquellos tiempos, y ahora no sabe cómo cambiar y aplicar criterios actuales, mucho más racionales. ¿Por qué los usos y costumbres del siglo III son más válidos que los del siglo XXI?
Que las mujeres no puedan atender sacerdotalmente a la comunidad nada tiene que ver con los textos evangélicos que en nada establecen el sacerdocio como hoy existe y donde no hay constancia de exclusión femenina. El Espíritu Santo Pentecostal no parece haber hecho distinción cuando supuestamente descendió sobre hombres y mujeres.
La Iglesia católica, sigue relegando a la mujer a un puesto accesorio y secundario dentro de su estructura. Hay una discriminación clara y evidente que no se justifica y que contraviene sin duda toda la legislación española, europea y civilizada.
Aún tiene el Papa actual la desfachatez de recordar, hace poco, en público, a su antecesor Gregorio Magno (590-604) y sus contactos con Teodolinda, reina de los longobardos, que terminaron con la conversión de su pueblo al cristianismo, para decir con un cinismo que da vergüenza ajena: «la historia de esta reina constituye un bonito testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia». Para “convertir” por decreto a sus súbditos sí se es importante ¿no? Eso sí es “bonito”. Pero ser iguales que los hombres, ni hablar... La verdad es que la hipocresía del poder eclesial es sorprendente.

¿Que por qué me importa todo esto? Pues hombre, ya lo he dicho, porque la institución eclesial no para de entrometerse en mi vida y en la de todos, urdiendo estratagemas de aspecto político, intentando mediar y medrar en la sociedad como lo ha hecho siempre, sacándonos dinero de los impuestos mediante acuerdos y concordatos... ¡y ya está bien!
¡Separación de Estado e Iglesia ya!
Como cualquier otra confesión religiosa debe autofinanciarse con sus seguidores. Como mucho, que reciba aportaciones para la labor social, como cualquier ONG o para cuestiones de patrimonio artístico, asunto sobre el que habría mucho que hablar porque tanto oro, tanta ostentación y tanto lujo como encierran museos y sacristías (del Vaticano ya ni hablamos) producto de años de poderío y hasta de explotación de los creyentes, no pueden ser objeto de protección sino de devolución.
Resumido: Cristo no usó copas de oro para cenar con los suyos en su última cena.


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