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8/4/09

¿DÓNDE DICE QUE A DIOS LE GUSTA EL DOLOR?

AL HILO DE LA SEMANA SANTA

Recordemos que durante siglos la Iglesia tuvo sus más y sus menos con las celebraciones paralitúrgicas. No en vano derivaban muchas de ritos paganos y suponían una competencia fuerte con los sobrecargados ritos eclesiales mucho menos atractivos para las gentes sencillas.
Las toleró, las fue prohibiendo cuando pudo y terminó por asumir algunas de ellas. Ya se sabe que la religión cristiana es experta en asumir otras mitologías y “cristianizarlas”.

Por eso, las liturgias paralelas de la calle, procesiones, romerías, traslados de imágenes siempre han tenido una acogida entusiástica entre los creyentes de a pie.

TODOS A PASEAR EN FILA
Todas las épocas han tenido sus rituales callejeros, procesiones de devotos de cualquier dios o diosa, celebraciones de triunfos, rogativas... desde las del peplo en las Panateneas griegas o la de Eleusis con sus ramas al aire y sus gritos obscenos hasta la vueltas del pueblo judío a las murallas de Jericó; desde los desfiles egipcios a los triunfales pasos de los generales entrando en la Roma antigua o las procesiones lupercales; desde las celtas con sus antorchas a los chinos con dragones y farolillos.
Los pueblos siempre se han sentido importantes y protegidos cuando, confundidos entre iguales, pasean imágenes, símbolos o estandartes.

ORÍGENES DE LAS PROCESIONES DE NUESTRA SEMANA SANTA

La Semana Santa procesional, la de las calles, deriva sin duda de la actividad penitencial de aquellos que, en siglos pasados, estaban expulsados del templo,
no podían pasar de los atrios y eran obligados a penitencia pública fuera del recinto sagrado. Desde las puertas debían escuchar los sermones, y allí mismo suplicar a los que accedían o salían de los templos que rogasen por ellos.
En algunos casos les estaba prohibida incluso la oración. Por eso, en los rituales procesionales primitivos (y en algunos actuales) no había oraciones litúrgicas.
Inicialmente, la Iglesia no se andaba con paños calientes y buscaba la contrición y regeneración del pecador con mano dura, con castigo penitencial público, con un auténtico castigo moral y físico que no dejase lugar a dudas del arrepentimiento exigido.

APARTADO SOBRE LA PENITENCIA Y EL SACRIFICIO

Es lógico —aunque absurdo a más no poder— el criterio de salvación a través del sufrimiento para una religión que de forma incomprensible hace que todo un dios convertido en humano sufra de forma bárbara para redimir un pecado primigenio.
Si aquel tormento fue para redimir los pecados de la humanidad hasta ese momento, de nada sirvió porque la humanidad ha seguido “pecando” y de qué manera. Si fue por los pecados anteriores y posteriores a la muerte de Jesús, aún se entiende menos porque se aumenta la falta de lógica y se añade la inutilidad de la drástica medida.
Si añadimos que, según los criterios cristianos, el pecador va a seguir siendo condenado por sus faltas, la tortura de su dios resulta aún mucho más inútil.
Y no tiene sentido decir que la redención de Cristo abrió la posibilidad de la salvación al género humano, cerrada por un pecado ancestral, porque debería negarse la mayor: ¿A cuento de qué millones de seres humanos estaban en imposibilidad de reconciliarse con su dios —aunque fuera el del pueblo judío sólo— por una supuesta equivocación en el principio de sus míticos tiempos? ¿Qué clase de mitología, de idea divina, puede sujetar semejante absurdo y llevarlo al extremo dicho de necesitar la tortura y muerte del mismo dios convertido en hombre?
Tanto añadido de mitologías anteriores y tanto esfuerzo por acoplar ideas disparatadas al corpus canónico fueron recargando la teología cristiana de ideas absurdas, explicaciones inconsistentes de lo que ni siquiera hubiera sido necesario explicar y, para mayor despropósito, convertirlas en dogma inamovible.

Posiblemente el más grave error de la religión llamada “del amor” sea vincular dicho amor a la sangre, la tortura y la muerte de un dios humanizado y llevar al paroxismo la vieja historia de la culpa judía y la necesidad psicológica de los hombres de “pagar” la culpa a base de dolor propio o ajeno.

DETALLES Y EJEMPLOS “SANGRANTES”

Sería inacabable poner ejemplos de la mucha devoción que recorre las calles de tantos países del mundo. Algo más fácil es mencionar alguna de las costumbres que junto a esa devoción muestran el lado sangriento de la religión:
Mezcla de antiguas costumbres paganas con otras de neto contenido religioso pero teñidas muchas veces de un exagerado gusto por la sangre y la exhibición del dolor supuestamente expiatorio.
Así, los “empalados” de Valverde de la Vera, atados a enormes travesaños de madera y fajados pecho y brazos con gruesas cuerdas, cargados con dos espadas cruzadas a la espalda, unas cadenas que suenan en la noche, coronados de espina y cubiertos con velo y faldón y otros encajes blancos, recorren casi a oscuras las calles, haciendo un tétrico vía crucis en el que se arrodillan al cruzarse con otro penitente de similar atavío. Extraña práctica que se pierde en los tiempos más allá incluso de la simbología religiosa.
Terrible también la tradición de los “picaos”, en el pueblo riojano de San Vicente de Sonsierra. Estos cofrades de la Santa Veracruz de San Vicente, van enmascarados, con la espalda descubierta y azotándose con enormes madejas que forman hematomas en la espalda. Tras unos quince minutos de azotarse, un ayudante realiza varios pinchazos en la espalda para aliviar los hematomas y el disciplinante vuelve a darse unos cuantos latigazos más para que la sangre fluya. Toda una sofisticada técnica de voluntario castigo penitencial. Obsérvese la mirada de los niños en las fotografías.

Quizás el no va más sea el de los crucificados de Filipinas, en donde entre multitud de flagelantes, diez personas, cada año se crucifican de verdad (clavos en pies y manos incluidos) en un auténtico y salvaje folclore turístico por más que quieran disfrazarlo de práctica religiosa.

¿Alguien se escandaliza, por ser de otra fe, de la brutal práctica que los seguidores del imán Hussein, nieto de Muhamad, celebran en Kerbala, peregrinando a su tumba mientras se golpean la frente, hasta herirse y sangrar, con cuchillos y espadas?

Más “festiva” y con menos sangre aunque también alguna dejan los nudillos en los parches de los bombos de tanto rozar, es la costumbre de algunos pueblos del Bajo Aragón (Calanda, Hijar, La Puebla de Hijar, Alcorisa, etc.) de “romper la hora” y desfilar noche y día tocando tambores y bombos que se oyen desde un pueblo a otro. Cerca de 20.000 tambores resuenan en esa diferente Semana Santa turolense.
Bastante alejada de devociones parece la costumbre aunque se vincule a los truenos de la crucifixión. Recuerdo haber participado una vez y recorrido las calles, tambor en ristre, bebiendo y comiendo en cada casa hasta la madrugada. Ni un sólo rasgo religioso vi en aquella ocasión. Eso sí, disfruté de lo lindo, como se ve en la foto de la derecha (al centro)

Pies descalzos, cruces al hombro, arrastre de cadenas, cilicios, coronas de espinas, latigazos... todo en público, todo escaparate turístico, con buenos ingresos para los que alquilan balcones o casas donde hospedar visitantes curiosos.
Una generosa muestra de morboso gusto por el dolor supuestamente expiatorio que dudo que a ningún dios medianamente normal le agradase, salvo que se le asimile a los dioses de la antigüedad que “exigían”, según sus autonombrados representantes, sacrificios humanos.

¿Dónde dicen los Evangelios que Jesús exigiese a nadie dolor y sangre? ¿No se pasó la vida procurando la felicidad y el bienestar de cuantos le seguían y aún de los que no le seguían? Salvo los azotes a los mercaderes del templo —más testimonial que otra cosa— no agredió jamás a un semejante y mucho menos pidió a nadie que le acompañase en sus horas de agonía.

Estamos en la parte más oscura, torva, desviada y “turística” de la manifestación religiosa.
Este año, miles de espectadores, con fe o sin ella, rezarán o admirarán esas imágenes de la Virgen, mujer que nunca tuvo gran cosa estando viva y a la que recargan de joyería, oro, doseles y mantos que valen millones. Muchos de esos espectadores, tal vez en paro, con dificultades económicas, verán desfilar por las calles unas veces fe y austeridad dolorida, pero muchas otras millones de euros en imágenes, flores, telas, bordados, oros y oropeles a mayor gloria de la pasión y muerte de un hombre que nunca portó joyas ni amontonó tesoros.

Si Cristo volviese, pasaría la Semana Santa en la playa hablando de amor y bebiendo vino con sus amigos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Alucinado me has con tanta erudición y sabiduría...y más con todas esas reflexiones tan propias y tan tuyas, en la línea correcta, por supuesto. Añade al gusto por la sangre el hecho de convertir al vino en tal y tendremos el cuadro completo servido para que Drácula sea incluido en el santoral. Es bastante lamentable pero, con sólo pensar un poco, todo eso que defienden - de los linces no hablo - se derrumbaria como un castillo de naipes. Y eso que lo del Amor está muy bien. Y lo del prójimo. Pero las contradicciones del dogma y aledaños son tales que nada se sostiene. Eso sí, a mi la Semana Santa de Sevilla que no me la toquen. Es que es mu bonita, Enri.
Un fuerte abrazo.

Port

Santo dijo...

Qué grandes verdades, sobre todo lo de que Cristo estaría ahora bebiendo vino en la playa... Debió de ser un tipo muy simpático, y lo quieren convertir desde hace 2000 años o en un masoca o en un fanático.

Barajas, distrito BIC dijo...

Semana Santa o la Apología de la tortura.

Espero que por lo menos hayas comido torrijas!!

Saludos

Manuel dijo...

Si ya mi padre decia "yo soy ateo por la gracia de Dios"...

Y es que se nos ha puesto dificil afliarnos a religión alguna.

Yo, por mi parte, soy del cigarrito y el whisky, de la guitarra y la charla a altas horas, que es esa la religión en la que me gusta orar y compartir.

Gracias por la nota histórico-folklorica. Es un lujo tenerte cerca.

Anónimo dijo...

Documentese primero antes de llevar a cabo críticas sin sentido como la que ha hecho de el Empalao,demuestra que no tiene ni idea de esa tradición y de lo que significa para sus penitentes

Enrique Gracia dijo...

Cada uno tiene derecho a manifestar su opinión.
El último comentarista anónimo a defender esa "tradición" y yo a decir que ofrecer el dolor y la sangre a los dioses es un atavismo bárbaro, más allá de la devoción de cada uno
Enrique Gracia Trinidad