CARTA A UN
INDEPENDENTISTA SOBRE LOS SENTIMIENTOS
Que sí,
que sí; que ya sé que su sentimiento es muy importante y que el que no lo tenga
no puede entenderlo y todo eso. Si ya lo sé. Tampoco usted puede explicarlo
satisfactoriamente ¿verdad? Claro, porque los sentimientos no se pueden esclarecer,
no pertenecen al mundo reflexivo ni derivan de la evaluación consciente sino de
estímulos básicos y a veces incontrolables. Son la pura rebeldía de la razón,
el romanticismo galopante y primario.
Su emoción
ha surgido de un cierto entorno, de un ambiente de consignas e ideas muy
básicas —por cierto, igual que las emociones de los que esgrimen sentimientos diametralmente
contrarios a los suyos—. Y ambas no se han parado a consideraciones de fondo,
son pura piel agitada por discursos, consignas, datos manipulados por un lado u
otro, manejos estadísticos y florituras de ideólogos que lo único que no tienen
—mira por dónde— son sentimientos sino malsanas ideas para medrar a costa de tirios
y troyanos.
Pero no es
sólo con sus sentimientos independentistas, no, amigo, no; ocurre con el amor enturbiado
por el deseo cuya línea de ataque es el enamoramiento visceral y en el que lo
normal es que nos engañemos, sucede en las religiones donde la creencia se
impone a cualquier tipo de razonamiento, lo vemos en las guerras donde los
ideales irreflexivos son estimulados de modo miserable por los que las
organizan para su propio beneficio.
Si en
cierta medida desaparecieran los agentes que estimulan esa ofuscación tan
humana que llamamos sentimiento, es decir, los personajes que controlan las
religiones, los tipos que manejan la política, la información o la economía; si
pudiésemos desarticular sus artimañas, la manipulación no sería nuestro
alimento cotidiano. Podríamos sustituirlos por buenos maestros que nos
enseñasen a considerar con calma, a ponderar pros y contras, a no pensar con
las tripas, a evaluar con criterio, a no razonar diciendo aquello de "sí porque sí" o lo de "porque lo siento y se acabó".
Con el
sentimiento esgrimido como bandera, es frecuente que lleguen al final los
batacazos, y que luego nos justifiquemos echando la culpa al quien sea —torpes
de nosotros— porque nos empeñamos en hacer dejación de nuestro intelecto hasta cuando
ha pasado la furia emocional y nos topamos con la pura y cabezona realidad:
"Defendella y no enmendalla"
escribió Guillen de Castro, que por cierto era valenciano.
Como proliferan
noticias del independentismo catalán y asoman otras de vascos, gallegos,
murcianos, leoneses y hasta de los del pueblo de al lado, me preocupa que,
siendo todos seres de buen raciocinio e inteligencia despierta en otros
aspectos de su vida, se dejan llevar por lo que llaman "el
sentimiento", sin pararse a considerar que alguien está muy interesado en
moverles a la emoción para castrarles el pensamiento que es donde radica la
verdadera independencia.
Y dirán
que no, que su sentimiento está justificado, sobre todo porque a posteriori
puede uno justificar lo que sea con tal de no tomarse el tiempo de analizarlo
antes y cuestionar las oscuras intenciones de los que nos venden su milonga para
que no pensemos, que ya piensan ellos por nosotros.
Ya le
digo, compañero de viaje, tan irreflexiva, patriotera y casposa es la "una, grande y libre" España franquista
o monárquica de unos como la "república independent de Catalunya" de otros:
Manipuladores cantos de sirenas para que al final nos demos de trompicones contra
los arrecifes mientras ellos, en la orilla, cuentan sus beneficios.
Enrique
Gracia Trinidad
3 comentarios:
Más claro el agua, Enrique.
Es lo que tiene jugar con los sentimientos.
No hay RAZÓN.
Y los sentimientos son personales y manipulables.
La manipulación en todos los sentidos es la olla que explotará ante nuestras narices y no tendrá remedio.
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