EL INSULTO VORAZ
En esta España de nuestros quebrantos hacemos muchas
cosas bien, qué duda cabe, pero cuando nos ponemos a hacerlas mal somos los
cabeza de lista y nos subimos al podio en cuanto los otros países se despistan
un poco.
No voy a hablar de los problemas tradicionales, la
educación camaleónica, la cultura desprotegida, la investigación exiliada, la
industria a trancas y barrancas, la corrupción en vena. No, de eso ya se habla
mucho. Hoy voy a hablar de los insultos.
Veréis, últimamente, hasta en esto de los insultos nos
hemos puesto a hacer las cosas mal y hemos perdido gran parte de nuestra
riqueza nacional. Tal vez se deba a la
falta de vocabulario de gran parte del personal, otro mal endémico en nuestra
tierra que se empeña en darme la razón cuando afirmé hace tiempo que somos un
país lleno de cultura pero repleto de incultos. Es sintomático de la pobreza
idiomática que sufrimos que hasta los insultos se estén perdiendo.
Cada vez se reduce más este campo otrora tan diverso.
Ahora los hay sonoros y explosivos, pero repetidos hasta el aburrimiento. Se
lleva la palma gilipollas, aunque cabrón, puta e hijo de puta le van a la zaga. Idiota,
imbécil y tonto han disminuido su
uso; alguna vez se escucha bocazas o chulo o gilipuertas —que es como gilipollas pero dicho en un colegio de
pago— y cerdo o guarro, burro o asno, que ya me diréis qué culpa tienen
los pobres animales para que los comparen con nosotros.
Pero hay cantidad de insultos sonoros, con tronío,
incluso con enjundia literaria que se están perdiendo y rara vez se utilizan
—sigo hablando de insultos, no de expresiones groseras o frases
descalificadoras—. Veamos algunos ejemplos, casi todos referidos a la poca
inteligencia, simpleza o necedad: Mequetrefe
o mostrenco, sonoras donde las
haya; soplagaitas, de aire tan
castizo, mameluco, que siempre nos
recuerda aquellos soldados egipcios; gilí,
sin añadidos es más clásico; papanatas
y sus hermanastros zampatortas, mamacallos, cagalindes o pelagatos, de
tan sonoras etimologías; sansirolé,
que nos trae a la lengua el sancirolé
(por San Cirilo); majadero, con ese regusto a oficios de mortero o yunque; fantoche, pazguato, estólido, sandio, piojoso, ceporro... y los tan explosivos mastuerzo o mentecato.
Hay otras con diferente motivo, como cochino, que también es cerdo,
pero casi ha perdido el significado real; asqueroso,
que más que insulto suele ser definición; payaso,
que es de las que duele porque los payasos son gente extraordinaria y usarlos
como insulto una bajeza moral. También han caído muy en desuso fantoche, pendón, bujarrón, berzotas, pelma, abanto, pazguato, merluzo, cenutrio y
otras muchas.
Hay algunos de moderna factura y origen compuesto que
tienen su momento y que tal vez duren como pagafantas,
bocachancla o tocapelotas, pero se
han perdido casi por completo sus hermanastros culopollo, cuerpoescombro, tuercebotas o zampabollos.
En fin, que es una pena que el idioma se pierda. Menos
mal que en la América hispanoparlante tienen también una montonera de palabras
arrojadizas; ojalá no las pierdan. No seguiré, no quisiera resultar un plomo y ya hay suficientes palabrejas
para que nadie venga a llamarme gandul.
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