Hace algunos años, no sé si en la época del dibujo de cabecera, hacia mediados del primer decenio del siglo XXI o después, publiqué un artículo que reproduzco ahora aquí (con mínimas actualizaciones), tras haber recibido un accésit y un premio en la primera mitad de 2015.
EN CONTRA Y A
FAVOR DE LOS PREMIOS LITERARIOS
Muchos escritores
piensan que los premios literarios son un asunto oscuro, lleno de corrupción y
de trampas. Eso suele repetirse desde el conocimiento personal algunas veces y
por boca de ganso casi siempre. Y hay mucha parte de verdad en ello pero no
toda. ¿Qué hay de cierto? ¿son buenos o malos los premios? ¿merecen o no
merecen la pena? Yo debo hablar a su favor pero también en contra.
Dirás, amable lector, que cómo voy a decir nada
contra los premios si casi un tercio de mis publicaciones existen gracias a varios accésits o premios. Pues por eso, porque los conozco.
Es cierto cuanto se dice sobre algunos premios
—repito algunos—: están, o estuvieron alguna vez, desacreditados por haber sido
concedidos con malas artes. Amiguismos, compromisos y peores desvergüenzas han
hecho desconfiar con razón a muchos autores. Sé de algunos en los que se
sospechaba el nombre del ganador antes casi de convocarse; el fallo confirmó
las sospechas. Más de una ocasión se han devuelto sin abrir algunos ejemplares
enviados a concurso ¿para qué molestarse si el premio ya estaba asignado? En
los años noventa, tras dos de aquellas ocasiones, varios autores lo largaron a
los cuatro vientos y aquel premio cambió sus bases no devolviendo nunca más los
ejemplares no premiados. Casos ha habido en los que amigos y allegados se han
beneficiado sistemática y reiteradamente de premios en cuyos jurados figuraba
su contacto; y hasta, en más de una ocasión, abandonó un miembro del jurado su
condición de tal para ganar ese año la convocatoria del premio en cuestión.
Hay ocasiones, en que un premio necesita un barniz
de notoriedad y se prefiere un nombre conocido para premiar, más allá de la
simple valoración de la obra.
La lista de ejemplos inmorales sería larga y
sangrante y no es cuestión de seguir.
Pero no siempre es así. He participado en algunos jurados
y sé que muchísimas veces esa tarea es honrada, difícil, ingrata y
comprometida.
Como autor, no debe uno caer en ridículas vanidades.
Se llega a oír a más de uno esa estupidez con chorreras que es descalificar tal
o cual premio “porque me presenté y no me
lo han dado”: Lo normal de un premio es que no te lo den, el azar es
inevitable. Siempre habrá un autor que lo haga mejor o que presente un texto más del gusto del
jurado; a veces uno de los libros encuentra en el fallo un valedor más
vehemente; incluso ocurre que, en un empate de finalistas, se elige “inter pares” al conocido, lo que, si de
verdad había igualdad, asunto siempre muy subjetivo, es un pecadillo menor y si no la había, pues una desvergüenza
más, sobre todo si se abren las plicas o asunto parecido.
Lo que sí es verdaderamente grave es el fondo de la
cuestión: la miseria con que se mancha todo el sistema por unas cuantas —más o
menos— miserias concretas; y sobre todo, las injustas consecuencias que pervierten
la realidad inmediata y malversan la auténtica cultura intemporal a cambio de
migajas cotidianas.
Algo de lo más intolerable es que, a veces, haber
ganado premios, sea para algunos autores, editores, etc. poco menos que un dato
negativo del autor en cuestión. ¿Es más valorable el autor al que han publicado
uno o varios libros en ediciones “de prestigio” por buenos contactos, amistad,
apoyo de algún grupo mediático o criterio exclusivo del responsable de una
colección que el que compitió con otro montón de autores y ganó en buena lid?
¿Garantiza calidad un buen e interesado lanzamiento publicitario? ¿Que el autor
no sepa o no quiera moverse en los círculos adecuados; que no esté relacionado,
por una u otra causa, con los sectores oportunos —crítica, medios,
universidades, líneas editoriales— lo descalifica como escritor? Cuando, por
ejemplo, un periodista escribe un libro y sus colegas, por compañerismo, le
llevan a todos los medios, consiguiendo que se venda más ¿es mejor por
eso?
Vienen a cuento las manifestaciones de Edmon Cros, profesor
emérito de la Universidad Paul Valery, en
Montpellier, hechas en la Universidad Menéndez Pelayo, de Santander, en
julio de 2002: “Los soportes mediáticos han hecho proliferar la producción literaria
comercial, por lo que la literatura actual se encuentra totalmente sometida a
las leyes del mercado”... “Las grandes editoriales van asociadas a los medios
de comunicación que tienen los críticos que apoyan determinadas obras”... “Las ocasiones se multiplican para ganar
dinero, [salidas en TV, premios, ferias] y así se pervierte el gusto del
público”
Valga el remate de mi experiencia personal: Durante
muchos años tuve la mala o la buena suerte, según se mire, de verme obligado a
presentarme a concursos para poder publicar, entre otras cosas por negarme a la
autoedición. Digo mala suerte porque cuantas veces pretendí —pocas— llevar mis
libros a algún editor, no obtuve, en muchas ocasiones, más que amables
negativas o silencio. Digo buena suerte,
porque tener que presentarse a premios supone el esfuerzo añadido de la
competitividad, obliga a una fuerte autocrítica y a depurar, en lo posible,
cuanto escribes. Si te lo ponen más fácil, no siempre se produce ese trabajo
añadido. En todo caso, como dije arriba, el azar siempre está presente y lo
más habitual es que te presentes a muchos premios y que te den muy pocos y
hasta ninguno.
Me hubiera gustado publicar de forma más ordinaria y
no tener que estar “examinándome” siempre ante distintos expertos
seleccionadores y los posteriores expertos jurados, muchas veces no tan
expertos. En todo caso, vaya mi respeto por quienes me premiaron y por quienes
no lo hicieron, tal vez ambos se equivocaron un poco.
A la fecha, tras más de cuarenta años en esto de la
literatura, aparecen algunas editoriales que confían en mí y me publican a su
cargo. Menos mal.
Por cierto —y esa es otra—, cada vez es más
frecuente la autoedición, ni por premios ni por decisión de un editor, en
condiciones, a veces, muy deplorables para los autores. Una muestra más de que
el mercado prima ante todo, pero de eso ya charlaremos otro día.
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