Uno tiene la costumbre de intentar leer entre líneas.
Tal vez sea porque la poesía, a la que tan acostumbrado estoy, debe leerse así: entre líneas.
En el caso de la prensa, de los medios de comunicación, también hay que leer, mirar u oír entre líneas; aunque no por los mismos motivos.
La poesía por sí misma, está hecha para hurgar entre sus líneas, así sale la luz, se generan múltiples significados, crecen las sugerencias, el lector y el autor se convierten en cómplices gozosos...
Mientras que la prensa, en el sentido más amplio, que está hecha para ser diáfana, clara y verdadera, está tan mediatizada por el poder, la tendencia del grupo al que pertenece el medio (periódico, tv, radio, etc...) que o lees entre líneas o te manipula de forma descarada.
Bien, ¿a qué venía todo esto?
En este caso no es que haya que leer entre líneas para sacar la verdad porque el artículo te esté mintiendo, sino porque detrás de la noticia asoma las orejas un lobo peligroso que rara vez recordamos y que algún día, a fuerza de ser cuidadosos y de querer defender los derechos de todos, podemos perder los nuestros.
El artículo se titula: “Prohibido desobedecer a tu marido en Kenia” y por si queréis leerlo en origen, este es el enlace: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/08/27/solidaridad/1251381579.html
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Ojo, porque alguien ha metido la pata hasta dentro y aunque dicen “Kenia” en el título del artículo, en el fondo están hablando de Malí que es un estado totalmente diferente. ¡Veis como hay que leer entre líneas!
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Pues bien, al asunto de fondo es el siguiente:
El Parlamento de ese país aprobó hace un mes una nueva ley de familia que establece la igualdad entre los cónyuges. En el artículo 312 de esa nueva Ley de Familia indica que “en el matrimonio, el marido y la mujer se deben respeto, lealtad, ayuda y asistencia”
También quería esta Ley dar similares derechos de herencia a mujeres y a hombres y establecer el matrimonio como una institución civil.
Bueno, pues tan lógicas y sencillas normas ha conseguido que se pongan de uñas muchos fundamentalistas musulmanes (el 90% de la población de Malí sigue la religión del Islam)
Algunos líderes religiosos lo han calificado de “obra del diablo”
Hadja Safiatou Dembele, presidenta de la Unión Nacional de Asociaciones de Mujeres Musulmanas ha llegado a afirmar: "Las mujeres pobres y analfabetas -las verdaderas musulmanas- están en contra de esta norma"... "sólo una pequeña minoría de mujeres quiere esta ley; son las intelectuales". Y aclara la buena señora que el Corán es muy "claro" al establecer que la mujer "tiene la obligación de escuchar a su marido". "El marido debe proteger a la mujer. La mujer debe obedecerle".
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Ante las protestas, amenazas, etc, el Presidente de Malí, Amadou Toumani Touré, un personaje realmente interesante a mi modo de ver, promotor de esta ley y de otras muchas en beneficio de la igualdad y las mejoras en su país, se ha visto obligado a paralizar el proyecto afirmando que lo enviará a “una segunda lectura para asegurar la calma y una sociedad pacífica y para obtener el apoyo y el entendimiento de nuestros compatriotas"
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Parece que todo este lamentable asunto está muy claro ¿no? ¿Qué más hay entonces? ¿Cuáles son las entrelíneas a que me refiero?
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Pues van la entrelíneas:
Primera: Este país que es uno de los más pobres del continente africano y por tanto del mundo, y que tiene un presidente realmente notable y avanzado, es en un porcentaje altísimo musulmán, y con reacciones como estas se deja ver la impenitente intención de los fundamentalistas islámicos de hacer prevalecer sus normas religiosas frente a las leyes seculares. En muchos países lo están consiguiendo.
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Segunda: Este país tan pobre es musulmán en tan gran medida por el tremendo atractivo que ciertas costumbres de esta religión tienen para los humildes; también para las sociedades que ya tenían una larga tradición de desconsideración hacia la mujer, entre otras cosas.
Todo esto nos remite a la gran culpa que Europa tiene respecto a su pasado (y a veces su presente) en el gran continente africano. ¡Cómo no van a sentirse atraídos por la apariencia de mejora solidaria que les proporciona el Corán!
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Tercera: El Islám sólo es aparentemente benigno para la mujer. Es la que tiene que ser “protegida” pero sus derechos son inferiores a los del hombre, sus limitaciones sociales mucho mayores, los castigos por el mismo delito, mucho más duros que los del hombre (véanse los casos de adulterio) etc. En fin una maravilla que me lleva a pensar que cuando una mujer occidental defiende los criterios islámicos es que es ignorante o idiota, que no sé que es peor en estos casos. Y cuando son mujeres musulmanas que lo defienden desde dentro, pues qué queréis que os diga, como cuando las devotas católicas alaban las costumbres y leyes de una Iglesia que las relega siempre a segundo lugar (menos por cierto que en otras religiones pero...) Con esas posturas se defiende la desigualdad, la injusticia y la falta de libertad, se pongan como se pongan.
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Cuarta: África es sin duda un continente con un inmenso futuro pero, dado el caos de fronteras dejadas por los europeos, la gran explotación de las multinacionales, las corrupciones propias y ajenas y otras lindezas, ese futuro parece que se aleja demasiado.
Por otro lado, la creciente islamización tiende a imposibilitar “per se” la modernización y crea a la larga un peligro que seguimos negándonos a ver, el que los fundamentalistas de esa religión tienen como objetivo —lo han dicho muchas veces—: que todo el mundo termine siendo musulmán.
El problema real no es que lleguemos a serlo sino las graves perturbaciones que se producen —aumentarán y mucho— mientras ellos lo intentan y nosotros no queremos.
las que están en contra —una minoría— son las intelectuales, yo me echo a temblar porque me doy cuenta de que en el fondo, pese a los magníficos intelectuales musulmanes de antes y de ahora —¡quién va a negarlo si soy el primero en admirarlos!—, el fundamentalismo está más basado en la ignorancia que en el conocimiento, en el atraso que en el progreso, en las diferencias que en la igualdad.
La especialización, los recortes y la pérdida de lo auténticamente universal en las universidades, y la influencia que los poderes ejercen sobre la información, son manejos más o menos disimulados para conseguir lo mismo que los dictadores tradicionales: controlarnos para que no molestemos a los poderosos.