A
VUELTAS CON LA VERDAD
Leyendo al poeta Fermín Herrero , me he encontrado de
nuevo con aquella tremenda frase que don Manuel, el cura protagonista de la
novela de Unamuno, le dice a su
antagonista y más tarde converso Lázaro: “¿La
verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo intolerable, algo terrible, algo
mortal, la gente sencilla no podría vivir con ella”.
Habría que preguntarse si sería considerable que la gente
menos "sencilla" sí podría vivir con la verdad. Mucho me temo que
tampoco —atribuir la imposibilidad a la "gente sencilla" no es más
que una presunción del ilustre vasco salmantino—; y lo temo porque la verdad no
parece que sea mucho de este mundo. Más de uno podrá ponerse de uñas, pero
habría que recordarle que en el Evangelio cristiano, la única pregunta ante la
que Jesús de Nazaret guarda silencio es la de Pilatos cuando le dice "¿y
qué es la verdad?" El silencio de Cristo es una de las más rotundas
respuestas de la Humanidad.
La verdad podría ser asunto científico, aunque siempre
provisional y hermanada con la falsedad, porque muchas verdades proclamadas
como absolutas han sido desmentidas al paso de los tiempos con sorprendente insistencia.
Científicos diversos, médicos, antropólogos o físicos, entre otros, que afirmaban
su verdades como puños se vieron frecuentemente con el culo al aire, unos en
vida y otros, pasados los siglos, cuando ya no tenían ni culo y eran mondo
esqueleto o polvo no se sabe si enamorado.
La verdad pueden atribuírsela los políticos —da igual el
color, las época y el lugar—, pero sus continuos cambios de dirección nos
demuestran a las claras que ni ellos mismos se creen lo que acostumbran a
soltar como evidentes axiomas. Lo suyo con la falta de verdad es una pulsión
que podría constituir una asignatura académica de primera magnitud.
La Historia es casi siempre el paradigma de la mentira
porque es la ciencia más manipulada a lo largo de su existencia. Hija de
vencedores, prima de aduladores y cuñada de equivocados, el primer
"historiador" ya empezó a fabular exagerando sobre las cacerías en
las pinturas rupestres, y lo mismo pasó con los sumerios que empezaron a
escribir y con Herodoto, llamado el Padre de la Historia. La musa Clío hace
siglos que se retiró aburrida a un convento cerca del monte Helicón.
Por definición, las religiones se han creído a sí mismas
portadoras de la verdad; pero observando las muchas variantes y a tenor de sus
escritos, sus tradiciones y sus contradicciones, bien parece que estén casi tan lejos de la verdad que cualquiera. Otra cosa es que los creyentes tengan todo
el derecho a mantener el tipo, que ya se sabe que cada uno nos consolamos como
podemos.
El arte y la literatura, son más hijas de la mentira que
de la verdad. Vía la fantasía, la parábola, la metáfora, la imagen o el
simbolismo, siempre están en el terreno, sin duda hermoso, de la especulación.
A la verdad sólo le conceden algún instante más imaginativo que otra cosa.
Tal vez eso que llamamos evidencia pueda ser un alivio,
pero no olvidemos que el punto de vista suele variarla y cuanto resulta
evidente para uno se transforma desde la visión de otro. Y, claro, así no hay
manera de dar nada por sentado ni arrodillado ni puesto de pié.
Personalmente, he terminado por asumir que Unamuno tenía
razón. La parodia que supone creer que se está en posesión de la verdad no es
más que eso, una parodia, un chiste contado por un idiota, que diría el gran
Bardo, una entelequia. Y si además consideramos la afirmación de Heidegger
sobre que "la esencia de la verdad es la libertad", pues apaga y
vámonos porque perdida la una andamos también huérfanos de la otra.
Siempre nos quedará aquello de Plinio el Viejo: "In
vino veritas". Así que alzo mi copa para brindar por todos aquellos que
dicen creerse en posesión de la verdad. Por mí que no quede.
Enrique Gracia Trinidad