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2/7/08

PREMIOS DE POESÍA ¡TOMA YA!

("Tampoco es moco de pavo" (foto E.G.T)


Me acabo de enterar de una salida de tono de José Luis García Martín, crítico más que conocido, editor, ensayista, poeta y expecialista en jurados de poesía.
Como estoy veraneando y no tengo ganas ni tiempo para entrar en detalles, aquí va el artículo de García Martín en un periódico de Oviedo (Se titula "Poesía a la Carta o contra los premios")
A continuación va otro artículo de Joaquín Márquez, contestando a García Martín, ya que éste en su artículo le nombra, junto a mí y otros, como "profesionales" de premios. (la salida de tono es, como poco, sorprendente, injusta y gratuitamente malintencionada)
El artículo contestación de Márquez se titula "Con, de, en, por, si... los premios"
Estoy muy de acuerdo con la contestación de Joaquín Márquez y ya veré si próximamente aporto algo de mi propia cosecha.
Insisto en que lo de García Martín es una salida de tono (parece que se le dan bien) que denota un desconocimiento de la realidad que alguien como él no debería permitirse.
POESÍA A LA CARTA O CONTRA LOS PREMIOS
(de José Luis García Martín)
Un libro de poemas es algo más que una recopilación de poemas dispersos, pero su unidad puede manifestarse de las más diversas maneras. La más evidente -la unidad temática- no suele resultar la más recomendable. Los poemas corren el riesgo de convertirse en meros ejercicios, en variaciones sobre un tema dado, en partes de un todo sin valor por sí mismos y sin añadir valor al conjunto. En La nostalgia del caníbal -tercero de sus libros, pero el primero que llega a las librerías-, Natalia Menéndez nos ofrece una notable muestra de ingenio. El índice se configura como la carta de un restaurante: tras un «Preámbulo para hacer boca», vienen unos «Entrantes», siguen los primeros y segundos platos para terminar con «Postres». Se añade una «Carta de vinos y licores» y un «Epílogo para hacer la digestión». Las citas que preceden a cada parte -en algún caso un poema completo- constituyen una breve, pero bien seleccionada antología sobre las metáforas gastronómicas en la poesía de amor: «Aquí sentada así / compartiendo tu mesa. / Bebemos vino frío / y pelamos nuestras pieles / como frutas / aturdidas de sol». El ingenio de Natalia Menéndez sigue manifestándose en los títulos de los poemas. En todos ellos aparece una de las partes del cuerpo (labios, ojos, huesos, dedos, nalgas, corazón?) como integrante principal de uno de los platos del peculiar menú: «Labios sellados con limón exprimido», «Ojos de mirada esquiva en salsa de trufa», «Tartaleta de huesos quebrados con salsa de mar». La excesiva insistencia en el procedimiento le acaba restando eficacia y convirtiéndolo en algo mecánico. Toda esta envoltura no es gratuita. Los poemas juegan con la relación entre amor y devoración. El resultado podía haber sido un libro de macabro realismo, pero nada tienen que ver estos poemas con Aníbal Lexter ni con los casos de canibalismo que de vez en cuando aparecen en los periódicos. Natalia Menéndez gusta del lenguaje convencionalmente poético, en su festines no hay sangre ni vísceras, todo está adecuadamente aliñado, como en sus «Delicias de corazón distanciado en salsa de hinojo», donde las palabras «nacen ahora al pasar / esta página / y confluyen deliciosas / en mi plato. / Se cubren de hinojo / y aroma de menta, / te adivinan, te piensan, te escriben». Con sus tres libros, Natalia Menéndez ha ganado otros tantos premios asturianos. Por ganar premios no se es mejor poeta; tampoco, ciertamente, se debería ser peor. Son sólo una anécdota y, en los poetas jóvenes, casi la única manera de comenzar a publicar. Pero constituyen también un riesgo, y quizá Natalia Menéndez pueda servir para ejemplificar ese riesgo, aunque en ella todavía se manifiesta de la más benigna manera. El poeta escribe poemas; el concursante profesional, libros de poemas. La obra literaria es el poema, que viene cuando quiere, que ha de ser necesario por sí mismo, que ha de bastarse a sí mismo. Luego, cada cierto tiempo, que suele contarse por años o incluso décadas, los poemas se agrupan y la unidad del conjunto suele darla la personalidad de autor y la época de su vida en que han sido escritos. Así ocurre en la mayoría de los casos que vale la pena leer y seguir leyendo, de Antonio Machado a Ángel González, de Luis Cernuda a Francisco Brines, por no citar a Garcilaso o Espronceda. El concursante profesional escribe libros unitarios, que son los que gustan a los jurados, y muy marcadamente poéticos o antipoéticos (nada más banal que la presunta novedad de ciertas originalidades). Algunos aprenden bien el oficio, lo ejercitan con brillantez y son adecuadamente recompensados: no hay galardón que lleve convocándose cierto tiempo que no cuente con un libro de Joaquín Márquez, de Ramírez Lozano, de Enrique Gracia. Uno de los más veteranos y exitosos concursantes, Pedro Rodríguez Pacheco, imprimió una tarjeta promocional en la que afirmaba que su poesía había sido avalada por Pablo García Baena, José Hierro, Claudio Rodríguez y todos los grandes poetas y críticos de los últimos tiempos (todos ellos habían formado parte de los jurados que premiaron alguno de sus libros), pero tantos prestigiosos avales no han logrado librarle del descrédito, la desatención, el olvido. Los profesionales de los premios forman un escalafón aparte: se asoman con frecuencia a las páginas de los periódicos, pero no logran hacer pie en las antologías ni en la memoria de los lectores.

Natalia Menéndez conoce unas cuantas recetas, y las aplica bien (aunque a veces un tanto mecánicamente). Como exitosa concursante tiene, sin duda, un gran porvenir. Como poeta, no diré que le falta todavía un hervor, pero sí que ha de aprender a prescindir de salsas y edulcorantes. Y no olvidar que ser poeta nada tiene que ver son ser un aplicado profesional.
CON, DE, EN, POR, SI… LOS PREMIOS
(Joaquín Márquez)
El pasado día seis de junio publicaba don José Luis García Martín, en un periódico de Oviedo, una crítica o artículo titulado Poesía a la carta o contra los premios, donde me hacía el honor de citarme al frente de algunos poetas representantes, según él, del “concursante profesional”.
Para empezar, dicho señor define al concursante profesional como “el que escribe libros unitarios”, por lo que difícilmente encajaría en esa lista. Mis libros -veinte ya-, están confeccionados reuniendo poemas que, con alguna rara excepción, no tienen la menor unidad temática. Basta con examinar cualquiera de sus índices para comprobarlo. Y de otra parte, me cuesta entender que un poeta se desacredite por escribir libros unitarios. Si fuera así, habría que echarle en cara su unidad temática a Juan Ramón Jiménez, a Cernuda, a Lorca, a Ángel González, y a tantos otros.
Y aún más, conforme a la primera parte de su enunciado, el señor García parece olvidar que la mayoría de los clásicos escribían “a la carta” en numerosas ocasiones, o ¿qué otra cosa son las Elegías de Garcilaso, dedicadas al Duque de Alba en la muerte de su hermano, o la Epístola a don Diego de Mendoza, de Boscán, o los sonetos de Francisco de Aldana, al rey Felipe y a la reina doña Ana, o la mismísima Epístola Satírica y Censoria, de Quevedo, escrita al Conde Duque de Olivares?
Creo que lo que verdaderamente molesta a dicho señor no es que un libro sea unitario o no, sino que se premie, se publique, y encima el autor reciba una remuneración de cierta importancia. Es decir que para este caballero significa un estigma obtener un premio, y no lo es actuar de jurado en ese premio, naturalmente, cobrando. Una contradicción ardua de entender. Debe ser que, en su caso, hay un desdoblamiento. Y el crítico escribe sus artículos y cobra como jurado, y el poeta se resigna y calla.
Al margen de lo indicado, no se le escapa a nadie que escribir poesía y ejercer la crítica de ésta, es convertirse en juez y parte, algo que en cualquier otra labor, resulta, evidentemente, deshonesto.
En resumen, un profesional, de lo que sea, es alguien que se gana la vida con esa profesión, lo que no ocurre en mi caso, ni en el de los poetas que menciona, y sí en el del señor García Martín, que reúne en una sola persona al profesor, al ensayista, al crítico y al poeta. Y supongo que cobra por tres de esas facetas –cobrar por la cuarta significaría un borrón más en su labor crítica, pero, visto el panorama actual, no es algo que deba excluir.
Sabido es lo difícil que resulta publicar en nuestro país. Si no se tienen buenas amistades en alguna colección, hay que doblar el espinazo en las editoriales, mendigando un favor que de una manera u otra habrá de pagarse. Considero mucho más digno presentar el libro a un certamen, donde será un Jurado quien decida qué hacer con él. Como el señor García Martín sabe por experiencia.
Por fortuna, la poesía no es una religión, como algunos –incluyendo al articulista- parecen creer, ni el poeta es un sacerdote. Y uno puede escribir lo que le apetezca y como le apetezca. De la calidad de su escrito, den cuenta los lectores y el tiempo. Que eso ya es otro asunto.
Quienes ganamos algún premio al publicar un libro no formamos, pese a lo que diga el señor García, un escalafón aparte. Son los poetas-críticos quienes forman ese escalafón, aprovechando tal circunstancia para sus propios intereses, manipulando las antologías a su conveniencia (tú me pones a mí, yo te pongo a ti). Y donde, como es lógico, no caben los poetas premiados. En el colmo del descaro, agrega que al autor así anatematizado “tantos prestigiosos avales no han logrado librarle del descrédito, la desatención, el olvido”. Afirmación esta última, que muestra una faceta más de la personalidad del polifacético señor García: la de futurólogo.
Es una pena que no tenga en cuenta el descrédito, la impudicia y la desvergüenza del crítico que, más o menos consagrado como tal, gana premios considerados importantes, después de actuar en esos mismos premios como jurado. Lo que acaba de ocurrir muy recientemente, con algunos eximios colegas suyos, sin que el señor García Martín haya hecho, que yo sepa, el menor comentario. Creo que se merece un premio.
Joaquín Márquez



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