TALLERES DE POESÍA
Me veo en la imperiosa necesidad de salir al paso de
tirios y troyanos. Los unos porque sí, los otros porque no. A ver si consigo
explicarme, que lo de disparar para ambos lados suele volverse contra quien aprieta
el gatillo.
En esto de los talleres poéticos hay quien los detesta sin
más, sin haber acudido a alguno de ellos, sin otro argumento que su
imaginación, sin experiencia real: lo que se dice hablar por boca de ganso.
Otras veces, el desacuerdo viene tras haber acudido a alguno que no fue bien lo
que supone juzgar por experiencia corta aunque sea propia. Rechazar el racimo
porque una uva salga pocha es de mentecatos.
En ocasiones, el juicio negativo se basa en la idea de
que el autor se hace en soledad, o como mucho con buenas lecturas; estos andan más cerca de parte de la verdad,
aunque supone pensar que para asuntos de letras no existe más que un sólo
camino, cuando hay muchos, como para ir a Roma.
Hay quienes, desde posiciones de cierto reconocimiento
poético, desprecian a los asistentes a talleres y a los que los imparten; y más
de una vez, al leer algún texto suyo, dan ganas de decirles que más les hubiera
valido pasar por un taller a corregirlo antes de que viera la luz.
En el capítulo de los que acuden a talleres y los que los
defienden también hay variedad. Unos creen que en los talleres se aprende a
escribir: craso error —me guardo la explicación para más tarde—. Otros se
sienten abrigados en el grupo y detestan la independencia y soledad del escritor;
mal asunto porque al final siempre se van a encontrar solos frente a la hoja en
blanco. Algunos piensan que aprendiendo técnica ya serán poetas y eso sí que es un gravísimo error. Incluso
los hay que utilizan inconscientemente los talleres como sustitutivo de terapia
psicológica, lo que puede ser bueno para ellos, pero un peso enorme para los
compañeros y para quien lo dirija.
Tirios y troyanos se equivocan frecuentemente.
Como he dicho, criticar sin conocer o hablar mal de la
totalidad por una experiencia puntual son prácticas estúpidas muy frecuentes en
nuestra superficial sociedad. Pensar que un poeta puede salir adelante sólo por
sus propios medios, sin lecturas bien digeridas o experimentado apoyo, es
lícito pero arriesgado y las más veces pedante. Y despreciar algo desde el
estrado, el púlpito o la peana suele corresponder a vanidades insufribles y
egos recalentados. Cuento en todo esto las excepciones como lo que son:
excepciones.
En el otro lado, ya he indicado que los talleres no son
para aprender, en ellos no se convierte uno en poeta.
Veamos la diferencia abismal entre escuela y taller. La escuela,
pese a su origen — σχολή,
que significaba algo así como pausa en el trabajo, ocio, tiempo libre— se ha
convertido en lugar de enseñanza y no es aplicable a la creación poética porque
no es posible enseñar a nadie a ser creador.
En
cuanto al término taller, con su origen en "tallar", o más
concretamente en "astilla" como referencia al trabajo con la madera,
y que se elevó a las distintas artes y su costumbre de aprender trabajando con
un maestro, es mucho más aplicable en nuestro caso, porque se trata de pulir,
tallar, dar forma a lo que ya tiene un impulso íntimo de creador.
En
este sentido, los verdaderos talleres pueden ayudar más que enseñar, sugerir
más que ordenar, impulsar el aliento del artista, potenciar la autocrítica,
abrir caminos.
Ante
la tópica pregunta de "¿se nace o se hace?", suelo responder que si
no se nace hay poco que hacer. Porque existen condiciones en el cerebro de cada
cual que le hacen diestro para algunas cosas y negado para otras; y no hay
quien convierta en pintor o músico o escultor a quien la naturaleza le ha
negado la más mínima destreza en dichos campos. Puede aprenderse algo con
bastante esfuerzo, pero faltará el "duende" que decía Lorca; al resultado
se le verá más el oficio mediocre que la inspiración poética.
En
conclusión, valgan los talleres —los
buenos, digo, que hay por ahí mucho camelo— como lugar de práctica y estímulo,
de esfuerzo compartido, de apoyo entre colegas, de repaso técnico si se quiere
o apoyo personal si se solicita, de trabajo en general, y dejémonos de pensar
en ellos como un colegio donde se enseña que dos más dos son cuatro. Sobre todo
porque, bien lo saben los auténticos poetas, en poesía dos más dos puede ser cualquier
cosa.
1 comentario:
Hola Enrique,
Un comentario a tu entrada. Asistimos a los talleres porque de esa manera conservamos el entusiasmo por escribir y nos ayuda a ser disciplinados.
Un fuerte abrazo, Bertha Díaz Olmos
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